Como es tiempo de empollar, se ven pájaros en una actitud “sospechosa”. En una rotonda del centro, a tres cuadras del único rascacielos de la ciudad, por ejemplo, un pato de cabeza verde alzaba el cuello y protegía a su novia del tráfico entre el césped y los arbustos, el jueves pasado. Y ayer una parejita de gorriones custodiaba cerca de un lago el agujero de un árbol en donde seguramente están o estarán sus bebés mazurek -nombre además del himno de Polonia y de uno de los pasteles de Pascua-.
En el apartamento las palomas quieren hacer nido en la cornisa del balcón, y cuando dos o tres empiezan a gorjear, tenemos que salir a espantarlas. Los anteriores inquilinos quisieron ahuyentarlas con un pájaro de plástico con aspecto de cuervo. Pero ellas no se comieron el cuento y lo ensuciaron como lo harían con las esculturas de próceres en Bogotá.
Si yo fuera un ave, ese espantapájaros sí me convencería. Ayer donde yo creí ver un pájaro grande negro moviendo la cabeza (“¡que sí es real!”, le decía yo a mi novio) no había más que una réplica de plástico, en un balcón de un bloque de apartamentos. Por fortuna no tengo pico ni alas.
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En los trabajos de demolición de la estación de buses de la ciudad, el sábado encontraron una bomba de aviación de 250 kilogramos de la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta personas fueron evacuadas de un edificio contiguo y la prensa debatió si era de fabricación alemana o soviética. Pensar que con mi con mi prima y con mis amigos estuvimos parados ahí, tan tranquilos. Abajo, un video de Breslavia en 1945.