Desde las ocho de la mañana son las cuatro de la tarde

Esta semana me levanté esperando ver en el cielo un poco de sol y algunas nubes: el icono de “parcialmente nublado” de las páginas del pronóstico del clima, fuera de mi ventana. No pasó. Mañana, según los mismos reportes, habrá sol y nubes. Lo dudo.

Parece como si hace dos semanas no saliera el sol. Las nubes de las cuatro de la tarde de una Bogotá lluviosa están posadas sobre Breslavia todos los días desde las ocho de la mañana hasta las tres, cuando el sol (¿pero dónde está? No se le ve ni detrás de la cortina gris) se empieza a ocultar lentamente.

Y aunque este mes cumplo años, empiezo a compartir la antipatía de los polacos hacia noviembre, por las lluvias -aunque no ha llovido mucho-, la caída de la temperatura por debajo de los diez grados centígrados y los cielos encapotados desde que amanece.

Más que el frío, la oscuridad es deprimente. Para las bajas temperaturas está la medicina llamada bicicleta. Para la falta de sol estaría Colombia; una cura demasiado cara. De hecho, las personas que viven en Europa sufren deficiencia de vitamina D porque no hay suficiente sol, me dijo una doctora esta semana en una consulta; y esa carencia puede producir depresión, dice Internet. De cualquier forma, no creo que una píldora con vitamina D remplace ver el sol allá afuera, como un aliado para comenzar el día.

Algunos polacos se ven a sí mismos como sujetos depresivos, y envidian la alegría de los españoles, los italianos o los latinoamericanos. ¡Cómo no! ¡Allí hay más luz!