Días de invierno (II): calefacción y Katowice

Para calentar algunos edificios en invierno, hay hombres en los sótanos a cargo de los hornos. Cuando me contaron esa historia me imaginé a los elfos de Harry Potter al frente de la labor. Parecía irreal que para mantener las viviendas calientes haya personas dedicadas a arrojar carbón o leña al fuego. Hasta donde sabía, viniendo de un país donde rara vez se ve un radiador, la calefacción es automática: uno prende el aparato en la habitación y en cinco minutos se caldea el ambiente.

Mi edificio no funciona con el método anticuado de los hornos y los hombres elfo. El sistema es automático, aunque en noviembre o diciembre, como en otros lugares, vienen los limpiadores de chimeneas o los expertos del gas a revisar el apartamento.

Adentro los hombres de los hornos y afuera los de las palas. En Katowice, una ciudad industrial que visité esta semana, un grupo de cinco o seis sujetos grandes rompieron el hielo de la plaza central en la mañana, alrededor del árbol de Navidad, y dejaron los montoncitos en montañas grises blancas congeladas. Si había residuos de hielo amotonados en varias esquinas se podía caminar en medio de charcos sin temor a resbalarse. En otra zona, a donde la fuerza de las palas no había llegado, avanzaba con recelo o prefería no aventurarme: sentía el corazón latir muy rápido y me acaloraba por la tensión en la antes acera peatonal ahora pista de hielo desnivelada.

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Si este año en Breslavia no se han congelado las aceras como en Katowice, ¿el invierno ‘cálido’ le está quitando empleos a los rompe-hielo?